Por Ricardo Gálvez del Bosque
Que alguien defienda una idea que compartes, independientemente de si lo hace por intereses ocultos o no, no implica que uno respalde a la persona. En política, sobre todo en la peruana en la que los actores principales se despintan con posturas sin principios e inconsecuentes, lo más saludable es suscribir ideas. No personas.
Como hemos visto, políticos anti izquierda pactan bajo la mesa con ese sector a cambio de prebendas. Y lo mismo pasa con aquellos del sector opuesto. También observamos a políticos que se autodenominan líderes de causas justas y adalides de la lucha anticorrupción, apañando lo injustificable cuando denuncias que ellos mismos harían contra sus contrincantes recaen sobre sus compañeros. La hipocresía y la falta de consecuencia con ideales y principios, lamentablemente, son moneda corriente en nuestro país.
Nuestros “partidos políticos” están llenos de caudillos. La mayoría no defienden ideas, programas ni propuestas. Parecieran comportarse como una comparsa que le hace el “amén” a sus dirigentes y líderes emblemáticos. En ese afán, defienden intereses que se acomodan según las circunstancias. ¿Es posible, bajo ese escenario, suscribir plenamente todas las posturas que sostiene un político partidario? Parece, pues, un ejercicio suicida.
Sin embargo, nosotros mismos, sabiendo de esta situación crítica, nos empujamos a ser caudillistas. Si tal político denuncia el contubernio entre el Ejecutivo y el Congreso para destruir la institucionalidad, atentados contra la separación de poderes, o el asalto a la SUNEDU, críticos viscerales de las redes salen al ataque de la persona que suscribe esa idea. “Si apoyas esa idea que dijo fulano, pues eres como ese fulano y llevas en tu hombro toda su mochila personal”.
¿Tiene algún sentido lógico o racional esa idea? No. Pero ahí está, expuesta diariamente sin estupor y con absoluta vehemencia. Para aquellos que desatan su furia en redes, pareciera que no es posible sostener una postura liberal que critique la incongruencia y prepotencia de la derecha y al mismo tiempo repudie la hipocresía y el radicalismo retrógrado de la izquierda. También da la impresión de que no se puede criticar la corrupción y el autoritarismo de ambos bandos. Que no se puede reconocer la crisis política que vivimos y tenemos que hacernos a los de la vista ciega con los abusos de nuestras autoridades.
La idea, para muchos fanáticos, es la de asumir una camiseta (o camisa de fuerza) a favor de algún extremo y comprarte todo el paquete que viene incluido en su combo. ¿Por qué, ah? ¿El pensamiento crítico se ha prohibido y no nos hemos enterado de esa disposición antidemocrática?
Resulta infantil creer que si uno viera una propuesta fujimorista a favor del matrimonio igualitario, quien crea que esa medida es necesaria y justa tendría que rechazarla por provenir de dicha agrupación política. O que si las medidas que busquen eliminar la violencia contra la mujer vinieran de algún sector de izquierda, uno debería rechazarlas si es que cree en el libre mercado y no comulga con el pensamiento económico de dicho grupo. Es ilógico, obtuso y necio hacerlo por esas motivaciones. Apoyar esas propuestas no te hacen fujimorista ni izquierdista, y aquel que postule ese pensamiento quizás debería hacer un pequeño análisis interno sobre las furias y pasiones que lo obnubilan.
Seamos defensores de ideas, no de personas. Las personas pueden traicionar los principios que dicen defender, suelen decepcionar con el tiempo. Varían, cambian, pueden sucumbir ante ciertos intereses. Por tanto, lo saludable es suscribir ideas, no cegarnos ante liderazgos “intocables o impolutos” que no existen. Mucho menos arrogarle las características de dichos políticos o periodistas a gente que ni los conoce ni los conocerá. Eso por el simple hecho de que quizás, coyunturalmente suscriben algunas de sus propuestas (y no necesariamente todas).
¡Paz! ¡Y que los debates sean de ideas que se discuten, no sobre fulano y fulana! Dejemos de lado nuestros prejuicios personales y aprendamos a discutir sobre lo que necesitamos como país.
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