Por Ricardo Gálvez del Bosque
Nos hemos acostumbrado a:
- La inseguridad y las soluciones privadas. Cercos, trancas ilegales, guardianía, perros, botellas cortadas en los muros.
- La atención en hospitales para cuando ya superaste la enfermedad que te aqueja porque te encuentras en la morgue. A buscar contactos para conseguir cama de hospitalización y no morir en el pasillo, a rezar para que te atiendan con dignidad, a buscar medicina privada y resolver la deuda con colectas masivas.
- Elegir entre dos o más males, con el hígado, con frustración. A no esperar nada de los políticos y solo suplicar que nos dejen vivir con cierta tranquilidad. Es decir, que por lo menos no fastidien y no entorpezcan nuestras vidas.
- Convivir con la corrupción diariamente. Ya sea al policía de tránsito, al funcionario de la municipalidad, al funcionario del sistema de justicia para que se mueva tu expediente, al que te pueda garantizarte un puesto en una cola para lograr conseguir un servicio público.
- Las mentiras descaradas de nuestras autoridades, que tienen el desparpajo de señalar una jirafa y decir que es un elefante, esperando que nuestra actitud sea de resignación ante tamaña falsedad.
- Un transporte público ineficiente, caótico, corrupto, peligroso y asesino. A manejar con miedo, a que nos cierren el paso intempestivamente, a que nos atropellen cuando caminamos por los cruceros peatonales.
- No tener un sistema de justicia medianamente eficiente. A solucionar nuestros problemas por fuera del sistema, o con acuerdos o a machetazos y a punta de amenazas.
- Las muertes sin culpables, a los robos sin ladrones apresados, a los delitos impunes. A la victoria de los vivos, de los criollos, de los delincuentes.
- No contar con políticas de prevención contra desastres. Cada uno debe asumir los costos de un desastre, buscar sus propias soluciones personales, y mirar con estupor a los afectados a través de las noticias.
- Mendigar por servicios públicos, a suplicar para que respeten nuestros derechos. A cruzar los dedos para conseguir un pasaporte, o sucumbir ante las mafias incentivadas por el propio sistema.
Poco a poco, con todas estas “costumbres” nos hemos vuelto indolentes. Los peruanos hemos aprendido a esquivar los problemas, evitar toparnos con los baches del camino, tratar de no movernos mucho para que el lodo no nos salpique tanto.
La ciudadanía se ha adormecido ante tantos embates, tanta desilusión. Por eso, quizás, no reaccionamos ante nuevos golpes. Ya estamos cansados, ¡qué importa una raya más al tigre! ¡Si ya parece un puma!
¿Qué nos hará despertar? ¿Qué nos moverá a exigir más, a pedir un cambio positivo? ¿Será que todos sueñan con irse, en algún momento, del país? Y, si no es así, ¿por qué no empezamos a hacer algo al respecto? ¿O le hemos agarrado el gusto a vivir de esta manera?
Hay algo mínimo que podemos hacer la próxima vez que vayamos a las urnas: pensar. Hacerlo con seriedad, como si nuestro futuro dependiera de esa elección (cosa que es cierta, pero no nos gusta decirlo). Ojalá lo hagamos, porque lo que estamos viviendo en estos años es consecuencia de nuestras malas elecciones. Merecemos cosas mejores, dejemos de menospreciarnos.
Imagen: AP/ Martín Mejía. Tomada de https://www.diariolasamericas.com/america-latina/congreso-peruano-pide-deponer-la-violencia-las-protestas-n5327889