Por Ricardo Gálvez del Bosque
Este año que se está terminando ha sido agotador para muchos. Tras el fallecimiento horroroso de más de 200 mil personas en una pandemia terrorífica, el Perú parecía no poder salir del torbellino de malas noticias.
Con un gobierno inepto y corrupto que estafó a muchos (que hoy están en la etapa de negación, parte del duelo), una crisis económica que impacta a los que menos tienen, crisis agraria que no pudo ser atendida, anuncios de sequía, pérdida de la ilusión de participar en el mundial, denuncias políticas por doquier, se tenía la ilusión que diciembre empezaría con la esperanza de que por lo menos haríamos una pausa a tanta noticia triste.
Sin embargo, lo impensable sucedió. Con absoluta torpeza y con una increíble desconexión de la realidad, Pedro Castillo decidió ordenar el cierre del Congreso y el Sistema de Justicia, y así instaurar una dictadura en la cual él concentraría todo el poder. Como todo lo que hizo desde que fue elegido, su iniciativa terminó siendo un vergonzoso episodio de nuestra historia, un fracaso digno de una serie de ficción y humor negro.
Luego de esto, la chispa se encendió. Las protestas de muchas personas furiosas con la política actual y el abandono del Estado empezaron a multiplicarse. A ellas se sumaron ciertos grupos vandálicos y delincuenciales que aprovecharon el descontento popular para sembrar caos y violencia. Esto, sumado a un mal manejo de las fuerzas del orden, trajo las lamentables y devastadoras muertes de casi 3 decenas de personas.
En estos momentos no es difícil encontrar enfrentamientos entre peruanos. Que esto es dictadura, que lo que hizo tu líder sí fue dictadura, que hubo fraude, que el fraude era él, que es una asesina, que ha puesto orden, que la protesta legítima, que los vándalos, que es tu culpa por haber votado así, que es la tuya por haber sido fraudista. Dedos levantados, ceños fruncidos, adjetivos lanzados.
Aprovechemos estas fiestas para reflexionar al respecto. No todo es blanco o negro. No todo es bueno o malo. Siempre hay matices, y hay que saber empatizar con las personas que piensan distinto. Dejemos los insultos, pensemos qué nos une y trabajemos hacia un objetivo común.
“¡Qué fácil es decirlo! A ver, pues, ¿cómo puedo trabajar con esta gente en un objetivo común?”
Primero, reconozcamos que todos queremos el bien del país. Lo mejor para todos. Partamos desde ahí. Y segundo, dejemos de lado las ideas maximalistas y extremistas. Nadie se puede imponer, algo tenemos que ceder.
Bajemos las revoluciones, busquemos la paz. Felices fiestas.
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