Por Ricardo Gálvez del Bosque
Ante la cantidad de denuncias, evidencias, testimonios, que van saliendo a la luz sobre el involucramiento de Pedro Castillo y su entorno familiar en actos de corrupción, hace varios días la narrativa que ha agarrado fuerza en el Ejecutivo es la de la victimización agresiva. ¿Alguna respuesta sobre los chats de Pedro Castillo metiendo mano en los ascensos de las FF.AA.? ¿Algo sobre los nexos de la familia Paredes con proveedores del Estado? ¿Alguna explicación sobre los 90 mil soles que le depositaron los Paredes a los Espino? ¿Explicaciones sobre el rol de la hija putativa de Pedro Castillo con las obras adjudicadas a dedo en el distrito de Anguía? Cero.
¿Alguien ha escuchado, de boca del Presidente, alguna condena contra el ex Ministro Silva sobre los 100 grandes que habría recibido de Zamir Villaverde? ¿Han explicado algo sobre el caso Puente Tarata o sobre Heaven Petróleum? ¿Algo sobre el nombramiento de Hugo Chávez y las coimas que se habría recibido para que éste se concrete? ¿Algo específico sobre la participación de Geiner Alvarado en la supuesta organización criminal que investiga la Fiscalía? Ni una palabra. Al único ex Ministro que este régimen ha condenado públicamente es a Mariano González, quien denunció la corrupción del entorno del Presidente. ¿De Silva? Nada. Así de frescos.
¿Cuál es la respuesta del Gobierno – y del propio Presidente – ante esta lluvia de cuestionamientos? La victimización. A Castillo se le estaría persiguiendo por ser de la chacra, por no hablar con propiedad, por venir del interior del país, por haber salido del Perú profundo, por representar a los más marginados. Así, construye una narrativa en la cual él es discriminado por una élite (ellos, los otros, los que no son como nosotros), y de esa manera logra que un gran sector de la población pueda identificarse con su dolor. Un discurso que pretende generar simpatía, cólera contra los malos que lo persiguen, pena.
¿Esta estrategia rinde frutos? Sí, en pequeña medida. Pero no por ser pequeña resulta insignificante, y el resultado se puede ver en algunas encuestas que muestran que su aprobación habría subido dentro de los márgenes de error.
En el país ya estamos acostumbrados al cuento de la victimización, y a pesar de que Toledo lo utilizó mientras robaba y gobernaba, aparentemente no estamos vacunados contra ese fenómeno y nos vuelve a impactar de nuevo. Lo natural es que las personas sientan cierta simpatía a favor de la víctima, y rechacen al agresor abusivo.
¿Es Pedro Castillo una víctima? No. El señor que ordena que le amarren los zapatos sus subordinados no es ninguna víctima inocente de las circunstancias, o del odio de una élite. Si bien no ata ni desata en temas gubernamentales, habría tenido la astucia de tomar el Estado como botín. ¿Robo de poca monta? Quizás. ¿Pericoteo al por mayor y no grandes cuentas en paraísos fiscales? Es muy probable, las evidencias y los ejemplos abundan.
No nos dejemos engañar. ¿Existe discriminación en el país? ¿Cómo lo vamos a negar? ¿Hay gente que no lo quiere desde el día uno en que se proclamó el resultado de las Elecciones? Por supuesto. Pero que quede claro que no se le persigue ni por su origen, ni por su color, ni mucho menos por su forma de expresarse (preocupante para haber sido un maestro), ni tampoco por sus discursos plagados de ignorancia. No, señor Presidente. La justicia lo investiga por – supuestamente – liderar una organización criminal desde Palacio de Gobierno.
No es ni será su turno para sacar provecho del Estado, para robarle a todos los peruanos. No se haga a la víctima, no se aproveche de la buena fe de los peruanos que creen identificarse con su imagen construida. El que agrede a la patria y a todos los peruanos es quien ostenta el más alto cargo y con desvergüenza se ve involucrado en actos de corrupción, humillándonos a todos.
Imagen: Composición propia. Pedro Castillo: Twitter y redes sociales. Coima: Perú21.