Por Ricardo Gálvez del Bosque
En medio de desprestigio del sistema de Partidos Políticos que afecta la institucionalidad y la democracia, los peruanos parecemos estar atrapados y en condición de rehenes de una crisis política que parece no tener fin. Si bien las organizaciones políticas con inscripción, membretes electorales que dicen llamarse “partidos”, nos pretenden decir que tienen un plan para el país, lo cierto es que ninguno de ellos parece tener una ideología clara ni una respuesta para las angustias de los peruanos.
Si consideráramos ciertas las ideologías que dicen profesar, el panorama político resulta desolador. Por un lado, tenemos una derecha conservadora que tranza con el otro extremo para defender intereses mercantiles. En ella prima gente de ideas radicales y maximalistas, que desprecia a todo aquel que discrepa en algo con sus arengas, que cree en conspiraciones, que piensa imponer su manera de pensar a punta de prepotencia y matonería, que no cree en la meritocracia ni en fortalecer instituciones.
Por otro lado, observamos un centro que, por pretender ser idealista, propone salidas que vuelan por las nubes y nunca aterrizan en nada, dejándonos en la pasmosa inamovilidad. Por pretender fungir de moderadores y jueces justos, pueden terminar integrando alianzas torpes, avalando despropósitos. Otros grupos del mal llamado centro son aquellos que lo son como resultado del simple promedio de sus posiciones específicas. Es decir, como a veces concuerdan con la derecha y algunas otras veces con la izquierda (según sus diversos intereses), en “promedio” son considerados de centro. Lo que son, es más bien, grupos dispuestos a dar su apoyo al mejor postor.
Finalmente, contamos con una izquierda que, habiéndose creído superior moralmente, cuando asumió cuotas de poder hizo todo lo que denunció en las últimas décadas. En ese camino justificó delitos y corrupción, traicionó las banderas que decía defender, abusó de la narrativa de victimización y demostró una hipocresía espeluznante. Muchos representantes de ese grupo reducen todo al argumento infantil de la rivalidad de ricos versus pobres, empresarios demoníacos y empleados sufridos, el enfrentamiento entre los peruanos poderosos y las víctimas del satanizado sistema neoliberal.
Todos estos grupos descritos, que hoy tienen cuotas de poder, parecen estar incapacitados para entender al ciudadano de a pie. Ese ciudadano que no quiere líos con nadie y lo único que quiere es libertad para trabajar, seguridad para vivir con tranquilidad, igualdad de oportunidades para progresar. Las necesidades de los electores hace rato pasaron a segundo plano, relegadas por la agenda policial y judicial que domina nuestra política. Identificar quién es más corrupto que el otro parece haberse convertido en deporte nacional.
Ni los propios partidos políticos saben y entienden muy bien las ideologías que dicen profesar, ni discuten sobre programas políticos que buscan implementar. El espectáculo lamentable que dan al enfrentarse unos a otros es que el conflicto proviene de sus ansias de poder, sus intereses económicos, algún tipo de prebenda, cuoteo, o su turno de ser quienes cortan la torta.
Estamos atrapados entre los intereses de todos estos actores, observando con indignación cómo se levantan en peso al país. La respuesta ciudadana debe ser contundente y consistente en el tiempo. No puede ser solo una marcha, una chispa que se enciende y se apaga. Debe venir con la exigencia permanente de contar con mejores autoridades y un mejor sistema político. Si no, seguiremos siendo rehenes con Síndrome de Estocolmo.
Imagen: Composición PUNTO MEDIO. Imagen principal Foto de Valerie Blanchett en Unsplash. Imagen de fondo tomada https://www.nytimes.com/es/2022/04/05/espanol/peru-protestas-estado-emergencia.html de Sebastian Castaneda/Reuters