Por Ricardo Gálvez del Bosque
Cada cierto tiempo, los congresistas suelen regalarles a sus electores algunas frases tristemente célebres. Estas demuestran que, al entrar al Parlamento, las personas tienden a emborracharse de poder y terminan metiéndose en una burbuja que los separa de la realidad de los demás.
En el quinquenio pasado encontramos a la famosa ex congresista Chihuán, quien declaró que el sueldo de parlamentaria no le alcanzaba para poder vivir. Gracias a su poco empático exabrupto, Leyla Chihuán fue flanco de numerosos memes y el uso indiscriminado de la frase “estoy Chihuán” para indicar que no tenemos ni un sol en nuestras cuentas bancarias.
La semana pasada, el congresista fujimorista Nano Guerra García, se había ido de vacaciones familiares a la playa con su familia sin pedir licencia al Congreso. Estando en horario laboral y cobrando por esto, se conectó para trabajar y tuvo el lamentable error de prender su cámara. En ella se le vio sin polo, con lentes de sol y en la playa. Así como lo leen, ejerciendo su labor legislativa mientras se broncea frente al mar. ¡Qué afortunado! ¿No?
¿Cuántos peruanos estamos sufriendo la crisis económica y política que afecta al país? ¿Cuántos gozamos los beneficios de estar en planilla formal con seguro, vacaciones, gratificaciones, y CTS? ¿Cuántos peruanos no logran recuperar el puesto de trabajo que perdieron durante la pandemia? ¿Cuántos peruanos – que tienen la suerte de ser trabajadores formales – se pueden dar el lujo de fingir que trabajan (sin que sus jefes se den cuenta) mientras están de vacaciones? ¿Qué le pasaría a un empleado que se tira la pera y se va de vacaciones discretamente mientras finge estar conectado en horario laboral?
Lógicamente, la escena generó indignación. Lejos de reconocer la criollada y pedir disculpas reales, la primera reacción del congresista fue declarar en una entrevista que “lamentablemente tenía que trabajar”. ¿Cómo? Así como lo leen. Tener trabajo, ganar súper bien sin rendirle cuentas a nadie, resultó ser algo lamentable. ¿Es en serio? ¿Quién los asesora? ¿Homero Simpson? ¿Dónde viven? ¿Dónde dejaron el criterio? ¿Perdieron la vergüenza y despegaron sus pies de la tierra?
Este fenómeno suele ocurrir en todos los Congresos. No es el agua que beben, no es que les pongan algo en los alimentos que les dan en el comedor del Parlamento, no es el edificio que posee tu alma. Aparentemente, estas personalidades que sienten que no le deben nada a sus electores y que han llegado por fortuna electoral al puesto que ostentan, comienzan a creer que son especiales o tocados por el cielo desde el día que juramentan.
Amparados en que la desaprobación del Congreso es histórica, o justificándola porque se desaprueba a un colectivo (bajo la filosofía de “es que desaprueban a ciertos congresistas y nos chorrea a todos”, osea a todos y a nadie), comienzan a vivir en un mundo aparte. Sienten el poder de cerca, se les entrega presupuesto para contratar ayayeros carísimos – asesores, en el lenguaje formal – alrededor de ellos, teniendo contacto personal con personas con poder, gozando de inmunidad y teniendo la capacidad de salir en los medios de comunicación cuando les place, despegan sus pies de la tierra y comienzan a flotar entre las nubes.
Así, se sienten intocables al blindar a Chavarry, o a algún juez corrupto. No sienten que tienen que justificarse frente a sus electores por destruir la reforma universitaria, y no escuchan el clamor popular que pide que se solucione de una vez por todas la crisis política. Sienten que están por encima de todos nosotros, quienes les pagamos el sueldo, y pueden irse a veranear cuando deben estar trabajando. Y para colmo se sorprenden del por qué se les desaprueba. Seguramente piensan que es culpa de la prensa que expone su pobreza moral.
¿Qué pasa con este tipo de personas? Quizás los psicólogos nos lo puedan explicar mejor. Se escucha, cada vez más fuerte, ¡que se vayan todos!
Imagen: Composición propia de Punto Medio. Foto de Guerra García: Congreso. Homero Simpson: Fox.