Como él mismo nos lo enrostra en una estrategia fallida de querer dar lástima, Pedro Castillo no está preparado ni calificado para liderar a una nación. Se equivocan sus asesores pretendiendo que, con el reconocimiento de que no sabe lo que hace, lograrán que los peruanos se solidaricen con él. Un presidente no puede – ni debería – dar pena.
“¡Vergüenza! ¿Qué estaremos pagando?”. Éstas son algunas de las frases que muchos hemos escuchado y leído tras evidenciar en imágenes la precariedad del quien hoy es nuestro Presidente de la República. Pero, ¿cómo un personaje como Pedro Castillo pudo tener el éxito electoral que lo colocó en la más alta magistratura del país? ¿Fue solo mala suerte? ¿Ha sido una verdadera sorpresa?
¿Cómo veníamos?
Durante varios años hemos estado publicitando en todos los medios de comunicación nacionales que el Perú se encontraba en un crecimiento económico constante, que había un “milagro peruano”, que el país no podía darse el lujo de parar (dando la imagen de que veníamos embalados rumbo al desarrollo). Sin embargo, si bien el precio de los metales y algunos indicadores macroeconómicos mostraban resultados en verde, la desigualdad y la informalidad seguían siendo nuestra moneda corriente. La calidad de vida que se empezó a tener en algunas de las ciudades más importantes (o en algunas zonas de las mismas), contrastaba fuertemente con la realidad que tenían que vivir en la mayor parte de la geografía de nuestro país donde la presencia del Estado era nula. Y a mayor desigualdad, la olla de presión corría riesgo de reventar de alguna forma.
Años atrás, cuando asomaba en las conversaciones políticas el “cuco de Hugo Chávez”, muchos parecían creer que los líderes antisistema aparecían de la noche a la mañana. Entonces, cuando algún político generaba algún tipo de incertidumbre, se le tildaba de ser el próximo “dictadorzuelo venezolano” en tierra peruana. El tiempo fue demostrándole a la gente que los que solían ser tildados de cucos, no lo eran. Así, el cuento de “el lobo viene” dejó de ser efectivo y empezó a lindar con lo ridículo.
No creemos – ni creímos – que Pedro Castillo sea un aprendiz de Chávez. Lo que sí consideramos es que podría ser un antisistema, y que iza banderas de izquierda para seguir una narrativa que permita que se aglutinen cerca de él todas las personas que creen que existen innumerables injusticias en nuestro país. Y vaya que las hay.
Factores estructurales
Tomando en cuenta lo explicado, ¿qué responsabilidad ha tenido la clase política dirigente – y por qué no decirlo, algunos sectores de la derecha peruana – en el surgimiento de un personaje como Pedro Castillo? Creemos que mucha.
- Los últimos Gobiernos centrales, y los mismos Gobiernos regionales han sostenido una política que menosprecia al Perú no limeño. La política nacional ha venido siendo dirigida por los intereses de Lima, logrando que en provincias se termine teniendo dinámicas muy diferentes a las de las grandes ciudades. El mal diseñado proceso de descentralización, acompañado de la corrupción e ineficiencia de los gobiernos regionales nos han pasado factura y han hecho que se evidencien grandes brechas de inversión en el interior versus la capital. En provincias se cela mucho cómo Lima solo se ha contentado con un crecimiento macroeconómico desigual e injusto, que no necesariamente los impacta a ellos.
- El crecimiento, en la política nacional, de posiciones políticas de extrema derecha autoritaria. Éstas, además, suelen ser muy cercanas a grupos económicos asociados a la corrupción, situación que los desprestigia aún más. Muchos se hicieron abanderados del libre mercado, cuando en verdad ésta tan solo era una careta frente al mercantilismo que representaban y defendían. Los favores en las altas esferas, el atropello, el favoritismo, la privatización con trafa, la corrupción de cuello y corbata, desprestigiaron al liberalismo falso que muchos gobernantes decían abrazar. Ante la evidencia de muchos abusos de poder y corrupción millonaria, se fue sembrando un sentimiento de hartazgo en la población que tarde o temprano podía terminar en una actitud contestaria a lo que representaba el “sistema”.
- La clase dirigente nunca estuvo interesada en fortalecer la democracia. Se creyó que las instituciones estaban para servir a los intereses de las élites, por tal motivo si éstas no lo hacían se buscaba debilitarlas. Nunca se preocuparon por fortalecer a los partidos políticos, sino más bien apostaron por el financiamiento “por debajo de la mesa” a los caudillos que pudieran defender sus intereses a través de “vientres de alquiler”. De esta manera, el sistema de partidos se mantuvo débil y apostando por destruir las instituciones democráticas del país para fortalecer sus propios intereses. Una democracia sin partidos políticos y sin instituciones, termina cayendo en la precariedad y hasta su extinción.
La coyuntura
Mientras lo antes mencionado se iba cocinando a fuego lento, el último quinquenio aceleró el surgimiento del outsider temido que tarde o temprano iba a aparecer. Las circunstancias determinantes para el surgimiento de un personaje como Pedro Castillo, bien podrían ser las siguientes:
- El enfrentamiento nuclear entre el ejecutivo de derecha de PPK y el Parlamento de derecha populista fujimorista. En este fuego cruzado, el obstruccionismo y la destrucción mutua entre dos sectores que – básicamente – tenían planes de Gobierno similares, dejó muy malherido al país. Se fue construyendo, lentamente, la narrativa de que “la derecha era problemática” y que sus peleas nos terminaban perjudicando a todos. La alternativa de izquierda, ante el despelote del último quinquenio perdido, empezó a sembrar esperanzas en el electorado cansado de las sucesivas crisis del lustro.
- La pandemia acentuó todas nuestras debilidades: la informalidad nos hizo pagar una factura altísima, la precariedad de nuestros servicios de salud evidenciaron la dejadez de un Estado indolente e ineficiente, la fragilidad de nuestra microeconomía nos dejó desnudos, la ineptitud del Estado nos dejó perplejos, las injusticias nos reventaron en la cara. Surgía pues, el momento perfecto para que un(a) candidato (a) contestario (a) coseche tempestades de los vientos sembrados.
- Tener en una segunda vuelta al candidato antisistema enfrentando a la representante más rechazada de nuestra política, terminó siendo la cereza del helado que permitió que Pedro Castillo se haga del poder.
Para evitar el surgimiento de este tipo de fenómenos, sería bueno que empecemos a realizar una verdadera autocrítica sobre qué cosas fallaron para que se dé determinado resultado. No basta con levantar el dedo, y señalar a aquellos que “votaron” diferente a nosotros en las últimas elecciones. Las causas ya estaban presentes, y dedicarnos a repudiar los síntomas no va a hacer que no volvamos a caer en los mismos errores una y otra vez.
Foto: Luis Centurión / Perú21