La presidencia de Pedro Castillo pende de un hilo, y esto no está sucediendo solo porque existe una oposición que ha buscado vacarlo desde antes de que juramente al cargo. Esto también es resultado de la pésima lectura política de los que accedieron al Gobierno, la impericia e ineptitud de un Ejecutivo sin norte, la mediocridad y la corrupción de los cuadros que han acompañado a este régimen, y el ego de un presidente irresponsable que cree que ha sido nombrado por los dioses para refundar un país sin contar con una mínima preparación.
Sin entender cómo, por qué, y para qué fue elegido Pedro Castillo, él y su entorno han garantizado el irse directo a la deriva y naufragar prematuramente en la tormenta perfecta de la vacancia.
¿Cómo ganó?
El círculo cercano de Pedro Castillo – y él mismo – casi nunca ha sabido entender la coyuntura política en la que se encuentran. La pésima lectura que han tenido viene desde que se anunció que ganaron la segunda vuelta.
Alucinados por su repentino triunfo, nunca entendieron de que ganaron por un puñado de votos, en una segunda vuelta en la que se enfrentaron a la candidata que ofrecía la mayor resistencia del electorado. Para ellos, esa realidad, aparentemente, no existió.
Tampoco quisieron aceptar que en la primera vuelta lograron un porcentaje de votos que en otra elección ni siquiera los hubiera puesto en segunda vuelta. Que hayan pasado gracias a la atomización del voto, tampoco fue un hecho que acompañó la lógica de esta gente.
No ganaron por Cerrón, no ganaron por el carisma de Castillo, no ganaron por el ideario de Perú Libre. Lo hicieron a pesar de todo eso.
¿Por qué?
Un país devastado por la pandemia, con 200 mil muertos, con todos los políticos desprestigiados, era (y es) un país harto. Ninguna encuesta refleja que existe – en la mayor parte de la población – una preferencia ideológica específica. Ser antisistema o sentirte profundamente enfadado no necesariamente significa ser de izquierda radical. La gente está cansada de lo mismo, de que todos los engañen, quieren algo diferente, no le creen a nadie.
Ese hartazgo no es un pedido de un viraje hacia una izquierda cavernaria. Lo que la gente necesitaba – y necesita – es trabajo, estabilidad, acceso digno a la salud, mayores oportunidades, mejor educación. Caramba, contar con un Estado que no se burle de sus necesidades.
Keiko Fujimori, líder del pasado vergonzoso, le dio la oportunidad a Pedro Castillo de representar ese aire fresco que algunos consideraban viable en la política. Si Fujimori se hubiera enfrentado a un Cheese Tris en segunda vuelta, hoy estaríamos discutiendo la vacancia de dicho snack.
¿Para qué?
No se le eligió para ser el rey del Perú. Se le eligió para cumplir el papel de Presidente de la República, en un sistema democrático. Esto tras unas elecciones que también trajeron como resultado la composición de un Poder Legislativo fragmentado y mayoritariamente opositor. Su mandato no es más o menos legítimo que el del Congreso, ambos son el resultado de unas mismas Elecciones Generales. Entonces, su primera función era ver cómo trabajaba a favor del Perú reconociendo ese resultado. Así existieran partidos que lo odien a muerte, el mandato y su obligación era esa. No lo quiso entender, y empezó con el pie en alto.
Su función era la de ser el primer servidor de la Nación, no el ser el primero en la línea para servirse del Estado. Su tarea era gobernar para todos, no decir “ahora me toca a mí, porque los corruptos de antaño ya se sirvieron demasiado. Es nuestro turno”.
No fue elegido para vengarse de un sector que él consideraba favorecido, sino para luchar contra la desigualdad y ofrecer la unidad nacional. Su tarea era gobernar para todos, no dividir más al país ni seguir el juego de los radicales del otro extremo agudizando contradicciones.
Viniendo – supuestamente – desde abajo, y usando a la gente menos privilegiada como imagen y referencia, su traición termina convirtiéndolo en un miserable para muchos.
Su electorado lo eligió, en parte, porque creía que no sería corrupto como su contendiente. El que Castillo y sus seguidores señalen a los corruptos de antaño no genera sorpresa entre sus simpatizantes: ellos ya saben que el resto lo era, no es ninguna novedad. Indigna más cuando en la justificación está solapada la frase de “ellos robaron más”. ¿No se suponía que él sería diferente?
Es de ilusos creer que con sus gestos de “yo no fui, no me discrimines” tendrán en su bolsillo, permanentemente, a la gente. El juego de “esto es culpa de los ricos y poderosos, de la gente con plata que odia a los del pueblo como yo”, es nauseabundo y patético. Molesta más.
Si sigue sin entender cómo, por qué y para qué fue elegido, está perdido. Quizás sobreviva a las justas esta vacancia – cosas más inéditas han pasado en nuestra política – pero será difícil que se sostenga en un hilo durante cinco años.
Si los rumores sobre los audios que saldrán hoy en la noche terminan siendo verdaderos, será otro presidente patético más en nuestro haber.
Imagen: Diseño propio. Foto de Pedro Castillo: Presidencia de la República.