Los servicios que presta el Estado – que en su inmensa mayoría son de pésima calidad – son un derecho de los ciudadanos. Uno no va a divertirse a migraciones, ni a vacilarse a RENIEC, ni a tomarse unos tragos a la SUNAT. Uno no busca un permiso a la Municipalidad para conseguir un “like” en las redes sociales, ni va a un hospital para tomarse fotos en los pasillos.
La mayoría va, ¡porque tiene que ir! No contentos con tener al ciudadano suplicando, cruzando los dedos, haciendo malabares para lograr ser atendido, al Gobierno no se le ocurre mejor idea que ponerse como Papa Noel y regalar feriados de la noche a la mañana.
¿Planificó algo? Olvídese. Deje todo y viva la experiencia de la espontaneidad y la improvisación. Prenda sus velas, suplíquele a sus santos, y ruegue que en su caso pueda conseguir lo que necesita con urgencia.
Decretar un feriado público debería ser una excepción que se dé con algún motivo estratégico. ¿Qué beneficio puede traer un feriado improvisado y lanzado a unas horas de empezar el mismo? ¿Vas a mover la economía con viajes organizados en último momento?
El tema resulta indignante, porque si bien el peruano termina recurseándose y consigue de alguna u otra manera recuperar parte de lo perdido – quizás haciendo colas en madrugadas, lo típico – nos demuestra que para el Estado no somos ciudadanos con derechos. No importamos. Nos hacen un favor al atendernos.
Esa actitud debe de parar. Harta, cansa, fatiga tener que suplicar cada vez que nos atendemos en el Estado. Señor Castillo, ¿quiere marcar la diferencia? ¿Qué le parece empezar respetando a sus ciudadanos?
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