Ante un hecho que nos sorprende, impacta, llena de sentimientos, o que no sabemos explicar cabalmente, muchas personas acuden a las teorías de conspiración y algunas otras se aprovechan de la situación y las crean o alimentan. Crear una conspiración no es tan difícil como se cree. Una práctica común es buscar algún vacío en las historias (ya que nunca podemos tener, lógicamente, todos los ángulos disponibles) y rellenarlo con algunas mentiras o lo que es peor, con medias verdades. Una teoría conspirativa funciona mejor en el segundo caso, cuando llenas ese vacío con algunos hechos reales que se tergiversan al antojo del autor o creador.
Aquellos que propagan estas teorías muchas veces se ven entusiasmados de ser los poseedores de una “verdad” intrigante y oculta, y desean ser ellos los que la descubran ante el público general. Ese incentivo hace que corran estas “verdades” más rápido que la variante Delta del COVID 19, y por eso son más virales que la noticia verdadera. La creencia en estas teorías pasa a ser un acto de fe, ya que la ausencia de pruebas que la sustenten o la abundancia de aquellas que las refutan, pareciera no disminuyen la intención de algunos de seguir propagándolas.
El problema empieza cuando muchos incautos terminan creyendo, de buena fe, que lo que se les está relatando es una verdad comprobada. Cuando la cantidad de personas que sostienen estas afirmaciones falsas es numerosa (gracias a la tecnología, viralizar algo es súper fácil) se pueden generar corrientes peligrosas que terminan perjudicando a la sociedad.
Existen todo tipo de teorías conspirativas sobre las vacunas, su eficacia y su composición. Estos cuestionamientos han afectado seriamente el proceso de vacunación de emergencia en nuestro país y en muchos lados del mundo. Personas que creen que las vacunas se hacen con fetos de bebés, o que se les va a inocular chips para sabe dios qué, o que son un invento maquiavélico de las grandes industrias logran hacer un daño enorme a la sociedad que está buscando alcanzar la tan ansiada inmunidad de rebaño.
Otra conspiración que sigue haciendo daño es la que trae consigo la invención de la mal llamada “ideología de género”, generando que algunos padres de familia crean falsamente que se quiere (y puede) “homosexualizar” a los niños. Para impedir que prime ese nuevo orden mundial que se habría coordinado en un maquiavélico Foro de Sao Paulo, sectores radicales terminan oponiéndose con bastante vehemencia a que se eduquen a los niños con enfoque de género.
También hay personas que exigen ver el cadáver de Abimael Guzmán porque creen que existe una conspiración que estaría buscando que el terrorista sea liberado. Es curioso que sean las mismas personas que decían que hay que respetar a la Marina las que ahora sueltan teorías sobre el tema que involucrarían a la institución cuya honra decían defender hace unas semanas. Hay algunos que siguen creyendo que Alan García sigue vivo, y que no satisfacen sus dudas viendo las imágenes del ex presidente entrando al dormitorio con pistola en mano, ni la foto morbosa que circuló en redes con el cadáver en el hospital (dicho sea de paso, ¿se sancionó al personal médico que tomó la foto y la propagó?). A este tipo de personas, muchas veces, ni las pruebas las terminan de convencer. Los pequeños agujeros que tienen todas las historias terminan primando en la mente de los conspiranoicos.
¿Entonces? ¿Solo hay que creer la “verdad oficial” que te dicen ciertas instituciones? No necesariamente. Es importante que ejerzamos nuestro pensamiento crítico y cuestionemos lo que se nos pretende presentar como un hecho. Pero tenemos que ser absolutamente responsables de lo que propagamos: si no existen pruebas de lo que queremos afirmar no deberíamos ser partícipes de la viralización de una “mentira” o “media verdad”. Démonos cuenta de que algunas de esas noticias sin sustento que muchas veces rebotamos afectan a mucha gente, y un perfecto ejemplo es el impacto negativo que tienen en el proceso de vacunación de emergencia.
Dejemos las conspiraciones para las películas o para los thrillers de suspenso. Tengamos la mente abierta ante las evidencias, no manchemos nuestra credibilidad, revisemos bien quiénes son las fuentes o cuál es el origen de la historia que recibimos. A veces, por estar concentrados en estas historias llamativas, estamos dejando de ver algún verdadero dilema que tenemos al frente. Volteemos los reflectores hacia los problemas que sí tenemos y debemos de solucionar, no nos distraigamos.
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