Por Ricardo Gálvez
Nos resulta preocupante observar que, aparentemente, los peruanos ya tendríamos inmunidad de rebaño para el virus del escándalo. Da la impresión que ya nada nos sorprende, nada nos impacta, nada nos escandaliza.
Nos preocupa esta situación porque pareciera que nos estamos acostumbrando a vivir en un panorama desolador en el que todo vale y todo es posible. Es cierto que, en los 200 años de vida republicana, los casos de corrupción han sido bastante comunes y por eso en muchas conversaciones con todo tipo de personas siempre sale a la luz la famosa frase resignada: “bueno pues, todos roban”. Sin embargo, hace algunos años por lo menos subsistía el “se perdona el pecado, pero no el escándalo”. Es decir, por lo menos estaba el consuelo de que si el sujeto era encontrado con las manos en la masa, éste sería merecedor del rechazo de la sociedad. Ahora, ni eso. Se perdona y relativiza todo.
Es posible que nuestra desvergüenza haya empezado a gestarse en el primer gobierno de Alan García, pero quizás agarró más fuerza cuando vimos – en imágenes – a Montesinos mostrarnos el nivel de corrupción en el que vivíamos. Luego de eso, el resto de escándalos fueron soportados por nuestra sociedad como si fueran variantes de un virus menos letal. Por ejemplo, cuando vimos a Fujimori postular al Senado japonés (un ex presidente peruano, ¿siendo congresista de Japón?) ya no se nos movió ni una ceja.
Parte de la responsabilidad podrían tenerla los medios. La pérdida de credibilidad hace que seamos mucho más reacios a darle la importancia debida a noticias de alto impacto. Por ejemplo, escuchar que algún medio acusaba al entonces Presidente Humala y a su esposa del asesinato de un empleado suyo, y ver que lo hacen sin ninguna prueba ni sustento, hace que cualquier denuncia pierda su verdadero valor. Sin embargo, más allá de encontrar responsables, el hecho es que vivir de esa manera puede ser bastante peligroso. Si ya vimos a Alan García suicidarse, a Toledo en una prisión de EE.UU., a PPK negociar indultos, ¿qué más estamos dispuestos a tolerar?
Hoy por hoy, encontrar ministros que han sido acusados de homicidio – como el actual titular de Agricultura – nos parece normal. Si se descubre que el Ministro de Salud estafaba a sus pacientes, nos parece irrelevante. Si algunos ministros hacen apología al terrorismo, normal nomás. Y si aparecen en partes policiales como partícipes de atentados terroristas también nos parece justificable. Estos destapes, lo único que logran es hacer ruido algunos días y luego se disipan, volviéndose parte del panorama regular. Así, la noticia de que Pedro Castillo hubiera llamado a Karelim López para mandarle un mensaje a Bruno Pacheco pasa absolutamente desapercibida.
¿Nos estamos dando cuenta? Quizás nosotros mismos no somos tan conscientes de que esto está sucediendo, pero nos queda claro que Pedro Castillo y su entorno sí. Ya comprendieron dos cosas que les garantiza su permanencia en el poder:
- El Congreso es fácil de comprar.
- Ya nada nos escandaliza ni nos indigna. Cualquier cosa, es cuestión de esperar un tiempo y la gente se olvida.
¡Que esta sea una señal de alerta!
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