Para lograr persuadir a determinada población sobre las formas mediante las cuales determinados políticos podrán alcanzar sus objetivos, es de vital importancia que el político sepa construir una narrativa que consolide su posición. La idea es que, los políticos (ayudados por sus estrategas), logren enlazarse y compenetrarse con su respectivo público electoral.
Pareciera que un sector del Gobierno se quisiera manejar en la lógica del enfrentamiento bajo el “divide y vencerás”. De esta manera buscan que a la oposición le sea casi imposible lograr cohesión, agudizando contradicciones y provocando reacciones de la derecha extrema. Ésta cae fácilmente en ese juego, gracias a su pobreza intelectual y su exacerbada discriminación. Así, en la presentación del Gabinete para el voto de investidura, poco importó el mensaje o la presencia de ministros cuestionados ya que el debate público se centró en si Bellido habló en quechua y masticó hojas de coca o si la oposición reaccionó de manera correcta ante esto. Salieron a la luz los furiosos de barra brava que vociferaban vergonzosas taras discriminadoras, los políticamente correctos que explicaban el problema de fondo sobre lenguas y culturas que han sido relegadas durante años, y un oficialismo victimizado. Los temas importantes para el preciso momento de la investidura como la composición de un Gabinete impresentable y el plan de gobierno que se exponía dejaron de ser nuestra principal preocupación. El oficialismo estaría logrando construir exitosamente una narrativa interesante a través de mensajes de reivindicación y victimización.
El oficialismo también ha trabajado bastante el tema del marketing y la simbología política. La idea es que el peruano de a pie se sienta representado por un líder que “sea como yo”. Al ser como uno mismo, genera la sensación dentro de la población de que dicho liderazgo entenderá los problemas que tenemos y que finalmente buscará la solución de los mismos porque a él también lo han aquejado en el pasado. Además, con el uso de símbolos – como el sombrero distintivo – el presidente buscaría destacar entre el resto de funcionarios que lo rodean y dar la imagen de que él sería un mandatario radicalmente diferente a sus antecesores.
Por otro lado, cierto sector intelectual de izquierda pareciera estar cayendo bajo el “efecto halo”. Esa tendencia lo que hace es identificar una característica de determinada persona y a partir de ésta se empiezan a definir un conjunto de rasgos que se le otorgan con o sin sustento a dicho individuo. Así, al constatar que el Presidente Castillo es un profesor rural provinciano que levanta banderas de izquierda, comienzan a arrogarle una serie de características que no necesariamente son reales. A partir de esto se empieza a creer que Castillo es honesto y honrado, no trabajaría con corruptos a su lado (a pesar de las evidencias que nos muestran que el tema le es indiferente), reivindicaría a las clases olvidadas y relegadas, sería un líder de izquierda consecuente, sería el vehículo para una profunda transformación, etc. Partiendo de esa imagen creada e imaginaria, muchos intelectuales y políticos de izquierda se suman al oficialismo como aliados y deciden pasar por agua tibia – o hacerse de la vista gorda – cualquier desacierto del Gobierno. Pareciera existir entre ellos una complicidad de aceptar todo lo que alguna vez criticaron de la derecha, de mirar para otro lado cuando existen denuncias graves, y avalar cualquier cosa que suceda ya que el “fin justifica los medios”. El fin les resulta grande, y la oportunidad única. La Virgen no se aparece dos veces.
Y, ¿la oposición?
Hay que considerar que partimos de la debilidad institucional de los partidos políticos en el Perú y la proliferación de membretes electorales que albergan a todo tipo de candidatos gracias a su cercanía a un caudillo. Es decir, empezando por ahí, vamos mal.
Además de esto, tenemos innumerables líderes políticos desprestigiados tras su pésimo comportamiento público durante y después de la segunda vuelta. Si a esto le sumamos la atomización de bancadas en el Parlamento, y los intereses que manejan debajo de la mesa y que guían su comportamiento, la cohesión democrática no resulta muy esperanzadora.
¿Qué narrativa estarían construyendo con éxito? Está la narrativa del fraude y las elecciones ilegítimas. Si bien ésta ya no tiene todos los reflectores encima, persiste esa creencia sin evidencias ni pruebas. Resulta, simplemente, una cuestión de fe en la psiquis de determinadas personas que se resisten a aceptar una realidad con la cual tenemos que empezar a lidiar y enfrentar.
También se encuentra muy presente la narrativa del “cojudigno” o la de “estás con nosotros, o estás en contra de nosotros y eres nuestro enemigo”. De esa manera, los sectores radicales ahuyentan a cuanto centrista y opositor racional exista. Asociarse a extremistas, que piensan de esa manera y que insultan vociferando ridiculeces que no resisten lógica alguna, resulta una tarea imposible. Insultar a quien no sostiene su posición – que debe de ser exactamente igual para ser considerada respetable – resulta para este sector un ejercicio de desfogue ante tanta ira contenida, y una suerte de ejercicio de catarsis.
Otro sector que critica la presencia de Evo Morales – líder autoritario que pretendió perpetuarse en el poder mediante medidas inconstitucionales – no duda en reunirse con otros líderes impresentables del espectro de la derecha radical y xenófoba como Vox. Es decir, jalados en ser consecuentes, y además desnudan su propia escasez de principios. Para este sector el radicalismo de izquierda es criticable pero el suyo mismo no.
Sería interesante que la oposición pueda hacer una mejor lectura de la situación a la que se está enfrentando, y así puede observar qué narrativa tiene mucho más éxito. ¿Se darán cuenta de que lo único que están logrando es fortalecer más la posición del oficialismo? ¿O explicarles esto también es de “cojudignos” y “tibios”, y por lo tanto no digno de ser escuchado?
¿Qué necesitamos?
La respuesta pareciera simple: mejores referentes de oposición racional que logren una cohesión sobre una determinada agenda en común, y un oficialismo eficiente dedicado a unir y gobernar. Lamentablemente, esto sería prácticamente imposible de hacerse realidad en esta coyuntura. Ninguno de los dos sectores parecería estar a la altura de las circunstancias.
Foto principal tomada de https://semanariovoz.com/pedro-castillo-y-la-oposicion/