Renacer

May 3, 2023 | ◉ Puntos de Vista

Por Ricardo Gálvez del Bosque

Ese día que te pusiste de otro color y que volabas en fiebre, viví la peor de las angustias. Ese día sentí cómo el aire me faltaba, las piernas me flaqueaban, mi mente volaba, mi estómago se retorcía, mi corazón se estrujaba, mi cuerpo se desvanecía. Quería gritar, pero mi voz había desaparecido. El miedo, el verdadero, trataba de apoderarse de toda mi frágil humanidad.

Hijo, tú eres nuestro todo, nuestra vida. Desde antes de que nacieras, cuando luchabas por llegar al mundo desde el vientre de tu madre, ya te amábamos como nunca imaginamos hacerlo. Y ese amor indescriptible e infinito logra que una fortaleza sobrenatural se apodere de nuestros cuerpos con el único fin de salvarte, de protegerte.

Hace más de trece días, a poco de haber festejado tus tres añitos, la vida se nos volvió una pesadilla. Llevarte a emergencias y sentir que te me ibas me convirtió en un zombie absoluto. Era un ente invadido por lágrimas contenidas y terror, un estropajo de persona que solo podía mantener la cordura pensando en cómo salvarte. Mi mente y la de tu madre solo podían procesar eso, nada más.

Rápidamente, los hechos que nos atropellaban constantemente pretendían acostumbrarnos a recibir malas noticias. Tu situación empeoraba, lo veíamos, lo notábamos, y la ciencia nos lo confirmaba. Pero jamás nos daríamos por vencidos, ¡eso nunca! Suplicarte que pelees ha sido la experiencia más dolorosa que he vivido.

Al verte conectado al oxígeno, con fiebres que no bajaban por nada del mundo, sentía que eras líquido que se me colaba entre los dedos. Eras un cronómetro en conteo regresivo. Te me ibas y no podía impedirlo, me volví un inútil frente a un miserable virus que te tenía conectado a aparatos, que te impedía hablarme. A las justas volteabas a mirarnos, te veíamos indefenso y sin comprender qué pasaba. Nos resultaba irreal: literalmente, pocas horas antes corrías y jugabas. ¡Vamos, papá!, me gritabas.

Sentíamos tus llantos que deberían haberse escuchado como si tuvieras un megáfono, pero que solo se materializaban en pequeños gemidos de dolor. Un dolor que contagiaba a todo aquel que te veía en ese trance. La vez que lograste hacer un esfuerzo sobrehumano y me miraste con tus hermosos ojos, y me dijiste en llantos “papá, sácame, casa” y te tuve que responder que no podíamos hacer eso, sentí que una parte de mí moría, se clavaba un puñal en mi corazón. Seguía ahí, tratando de darte fuerzas, mientras las lágrimas se me resbalaban sin ningún pudor.

Pensaba en cuando te veía correr antes de bañarte cada noche, buscando que te persiga hasta atraparte. Me acordaba cuando me pedías cosquillas, anhelaba tus abrazos, le pedía al cielo volver a cargarte y apachurrarte. Y los días pasaban, el panorama no mejoraba y los médicos ya anunciaban tu muy probable paso por UCI. ¡Nos iban a separar de ti en tu peor momento! ¿Cómo puede estar pasándonos esto que vemos en las películas? ¡Despierta de esta pesadilla!, me decía.

En esos momentos, los peores de nuestras vidas, vimos que no estábamos solos. Tus tres tías doctoras y tus tíos nos dieron fuerzas todos los días, nos ayudaron a entender las opciones que teníamos y a tomar las mejores decisiones. Tu tío, el hermano doctor de tu abuelita Elsi que está en el cielo, se hizo presente. Sin ellos imposible.

Pero también se movió la comunidad entera: amigos y familiares, conocidos y desconocidos. Ellos activaron cadenas de oraciones y mandaron buenas energías, nos apoyaron enviándonos fuerzas a los tres. Amigas de tu mami, del banco, también se hicieron presente, ¡hasta te mandaron dibujitos de sus hijos para ti!

Aparecieron esos amigos que valen oro y que activaron todo tipo de ayudas, despertando a nuestra familia laboral que nos albergó por más de una década, esa organización que llevamos en nuestro corazón por habernos permitido conocer a tantas personas buenas y extraordinarias. No existen palabras que puedan expresar nuestra profunda gratitud con ellos y ellas. Sepan que jamás olvidaremos lo que hicieron y que siempre contarán con nosotros.

Tus dos padrinos estaban pendientes y preocupados. Tus abuelos rezaron por ti, y tus abuelas también hicieron su magia. Una desde el cielo, pero ambas a la orilla de tu cama.

Mientras tanto, tú (mi héroe), con tu pequeño cuerpecito luchabas una batalla feroz con todas tus fuerzas, mientras te pinchaban y sentías dolores que no conocías. Llorabas, pero jamás te rendías. Sufrías, pero peleabas como un guerrero imbatible.

Tras trece días infernales, con tu cuerpecito aún con los rezagos de la gran batalla que libraste, hoy ya estás en casa para seguir tu recuperación. Hijo, nunca la has tenido fácil, y eso te ha hecho fuerte y resistente. Lamento, de todo corazón, todo el dolor que has sentido. Jamás me perdonaré no haberte podido librar de estos males a pesar de que no estaba en mi alcance hacerlo.

Estoy orgulloso de ser tu padre, eres un niño increíble y seguirás siendo muy amado por quienes tenemos la dicha de rodearte. Renaciste, hijo mío, y tus padres también lo han hecho contigo. De aquí para adelante, todo es cuesta arriba. Decretado.

 

Imagen: Cortesía de Catalina.

Autor

  • Es Administrador de la Universidad de Lima y Magíster en Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la PUCP. Ha trabajado en empresas del Sector Financiero, Seguros y Venta Directa en las áreas de Marketing, Planeamiento Comercial y Compras. Realizó su Tesis de Maestría investigando el comportamiento de los parlamentarios ante las reformas de financiamiento político. “Punto Medio” es el espacio donde vierte sus opiniones, comparte su análisis político y nos da a conocer sus puntos de vista y conocimientos sobre esta pasión que siempre lo acompañó desde joven.

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