Por Ricardo Gálvez del Bosque
No vamos a negar que Twitter es un campo de batalla, y que desde hace muchos años es el lugar favorito para que las personas descarguen sus frustraciones y enojo. Sin embargo, la temática del conflicto entre los tuiteros peruanos ha sido, desde la elección pasada, los resultados electorales.
La chispa que avivó el conflicto fue el llamado a votar con dignidad en contra de la candidatura de Keiko Fujimori, favoreciendo la elección de Pedro Castillo. Bajo ese lema, todo aquel que encontraba que las dos opciones eran nefastas y que había que hacer una evaluación personal para tomar una decisión, podría ser señalado como “indigno”. El resentimiento entre peruanos creció, ya que cierto sector se arrogó – injustamente – superioridad moral al votar. Aquel que lo hizo en contra de Castillo, deprimido por tener que marcar la K de Fuerza Popular, terminó siendo tildado de indigno, corrupto, mediocre, desmemoriado.
Luego, tras el comienzo del régimen, la venganza del insultado tomó coraje. Así, apareció el mote del “cojudigno”. El motivo del insulto era desprestigiar a todo aquel que, con reparos y llamados a un voto vigilante, decidió optar por elegir a Pedro Castillo como el mal menor. Como se puede apreciar, ninguno de los dos bandos decidió entender y comprender las decisiones de los otros con la información que se tenía a la mano en el momento de la elección.
Sin empatía, el enfrentamiento recrudeció y el desprecio entre ambos sectores aumentó. Agudizándose las contradicciones, en la mente infantil de muchos ha quedado la idea de que el que piensa como uno es bueno y el que no es malo. No hay matices, no hay escala de grises, no hay un contexto que haya gatillado tal o cual decisión. El Perú se dividió entre amigos y enemigos, inteligentes e ignorantes, gente con principios e indignos.
La elección de López Aliaga en Lima ha vuelto a avivar el conflicto en redes. Sin tratar de ver más allá de sus propias narices, muchos han empezado a comunicarse con el dedo levantado. Así, de un lado han florecido las burlas (“Entonces, ¿ya somos potencia mundial? ¿Para cuándo el teleférico? ¿Ya tendremos 10 mil motos patrullando?”) tras la elección del político de derecha radical populista en la capital. Del lado contrario, algunos ya han respondido, cuestionando si seguimos con la dignidad intacta con el Gobierno de Castillo, reclamando el voto vigilante ausente y las zapatillas escondidas, o preguntando si ya dejamos de ser pobres en un país rico.
Polemizar no es malo. Sin embargo, pareciera que las diferencias entre los electores fueran irreconciliables. Si bien el fenómeno en redes no necesariamente refleja lo que sucede en la realidad de carne y hueso, muchos podemos observar que en las interacciones no virtuales está calando algo de ese discurso. El problema de esto es que, dada la división maximalista que se está fomentando en nuestra sociedad, resulta cada vez más difícil que la ciudadanía pueda unirse para manifestarse masivamente en contra de los atropellos y despropósitos que cometen nuestras autoridades.
Sin líderes políticos con arrastre y credibilidad, con colectivos sociales ausentes, y con una sociedad dividida en buenos y malos, los políticos de turno la tienen fácil. Eso explica, en parte, el desinterés que tienen en rendirle cuentas a los ciudadanos. Quizás presienten que no surgirá algún tipo de presión ciudadana que los fuerce a tomar decisiones consensuadas que terminen con la crisis política. No tienen incentivos, nadie se los exige, y no les conviene.
¡Bajemos los guantes y busquemos una salida!
Imagen: Composición Punto Medio. Foto de Johann Walter Bantz en Unsplash . Ícono de Facebook tomado de https://cnnespanol.cnn.com/2022/07/15/usuarios-facebook-perfiles-trax/ Ícono de Twitter tomado de https://dplnews.com/twitter-permitira-compartir-imagenes-y-videos-en-una-misma-publicacion/