Por Ricardo Gálvez del Bosque
Para justificar la permanencia de ciertos ministros en el Gobierno de Pedro Castillo, muchos han recurrido a la narrativa del mártir. Están el “Pobres, ¡en lo que se metieron! Es que están tratando – desde adentro – de evitar el desmadre”, o el “por lo menos lograron tal cosa e impidieron tal otra”. ¿Qué tan válidas son esas justificaciones?
Al principio de la gestión de Castillo, cabría la posibilidad de integrarse al Ejecutivo con la esperanza de lograr un cambio en el país, para trabajar por el Perú. Sin embargo, al estallar escándalos de corrupción que comprometen directamente al Presidente y su entorno (incluido el llamado “gabinete en la sombra”) uno creería que deberían existir algunos reparos al aceptar una cartera dentro del Gobierno, ¿no?
Cuando uno asume un cargo político, como lo es un ministerio, uno compromete su hoja de vida, su trayectoria profesional, su nombre y su prestigio. Servir al país debería ser la razón principal; sin embargo, dicho encargo no puede asumirse a ciegas.
Para aceptar el trabajo, como mínimo, uno debería saber si se le brindarán las condiciones para realizar bien su labor o si simplemente estarán ocupando el puesto flotando en el aire y sin ningún respaldo. De no obtenerlo, o no tener respuestas claras ante evidentes cuestionamientos, ocupar un ministerio resultaría un despropósito. Y lo que es peor, serviría solo como respaldo hacia una gestión poco transparente.
Los casos de César Landa y Diana Miloslavich son, francamente, lamentables. Landa terminó manchando su trayectoria profesional al juramentar bajo el Gabinete Valer y permanecer en su cartera tras el estallido de varios escándalos.
La ex ministra Miloslavich no dudó en subirse al carro de Pedro Castillo, haciendo una pirueta de 180 grados – demostrando un talento acrobático envidiable – tras haber estado promoviendo marchas contra el régimen por el nombramiento de Héctor Valer en PCM. Sin rubor, Miloslavich se olvidó del feminismo que decía profesar para unirse a un Gobierno conservador, machista y que ha avalado a un sinfín de misóginos. Como cereza de la torta, fue vergonzoso su silencio sepulcral ante la tortura de mujeres en manos de supuestas rondas campesinas.
Ambos ex ministros no tuvieron reparos en compartir asientos en un Gabinete en el que Juan Silva – con varias denuncias en su haber – lideraba la cartera del MTC. Tampoco se sonrojaron con los escándalos que precipitaron su fuga, nunca cuestionaron el nombramiento de su secretario como nuevo ministro, jamás necesitaron explicaciones sobre los hallazgos de la Fiscalía, no cuestionaron la clara intención de Pedro Castillo de desarticular el equipo de la policía que apoyaba al Ministerio Público en sus investigaciones, y se encontraban felices despachando con Geiner Alvarado (sindicado de ser parte de una organización criminal).
¿Se tragaron sapos por un “bien mayor”? ¿Cuál era ese bien que buscaban lograr? ¿Cuántos sapos toleraban sus estómagos? El martes, el abogado César Azabache nos recordó por twitter lo siguiente:
“Porque no lo usamos no lo recordamos, pero el artículo 128 de la Constitución hace a los ministros política y solidariamente responsables por los delitos que cometa el presidente durante su mandato, salvo que renuncien por ellos (…) Puede tomar más o menos tiempo, pero bajo esta regla los ministros de Castillo podrán ser inhabilitados.”
Desde este espacio no nos creemos la narrativa de los mártires, no suscribimos el pensamiento romántico de la inmolación ministerial. No nos creemos el cuento de “mira, está incómoda mientras escucha al Primer Ministro. Tiene cara de que no sabe en lo que se ha metido”. Cualquier persona con dos dedos de frente puede constatar que Palacio apesta a corrupción, y lamentablemente estos ex ministros y ministros son solidariamente responsables de esta situación.
Imagen: Fuente CanalN.