Por Ricardo Gálvez del Bosque
Desde que asumió puestos de poder, a Aníbal Torres parece habérsele subido el ego hasta las nubes. Desde ahí, pontifica, alecciona, ordena, ridiculiza, insulta. Es cierto, nunca fue una perita en dulce ni mucho menos la delicadeza en persona.
De la boca del premier no sólo han salido improperios como los que recibió el Cardenal Barreto o Julio Velarde, sino que también han brotado explicaciones absurdas y mentirosas que han generado bochornosos incidentes internacionales. Su admiración hacia el mayor genocida de la historia, a quien no se cansa de mencionar en sus discursos, es una de tantas muestras de que podría tener algún problema que le impediría ejercer un cargo público.
Desde el puesto de Ministro de Estado, Torres ha tildado de tontos, miserables, gordos y otros innumerables epítetos a quienes ha creído conveniente. Públicamente ha menospreciado y ninguneado a diferentes instituciones y personalidades. Ha mentido con descaro, ha pretendido hacerse el gracioso ante preguntas periodísticas serias, y ha despedido a cuanto funcionario haya osado darle la contra.
Anoche, ofuscado, hizo una llamada telefónica a un periodista durante un programa televisivo en vivo para lanzar adjetivos e insultos propios de una persona que no pareciera estar en sus cabales. ¿La excusa? Le parecía una injuria que el periodista haya dicho que “le patina un poco el coco”.
¿Qué pretende el señor Torres? ¿Que borremos de nuestra memoria todos sus actos y declaraciones públicas? ¿Que nos hagamos de la vista gorda con todo lo que ha dicho y hecho? ¿Que todo el Perú tenga la actitud zalamera del Ministro Salas que es capaz de justificar la presencia de un trozo de pescado en la receta de un pie de limón? ¿Qué se puede decir de alguien que admira a Hitler, por ejemplo? “Todo bien con el señor, súper normal. Brillante y lúcido”, ¿eso cree?
El nivel de la discusión política debería ser lo más alturado posible. El espectáculo de ayer ha sido penoso, pero que quede claro que el funcionario público y quien le debe respuestas a los ciudadanos es el señor Torres. También es cierto que, dado el elenco que tenemos muchas veces la situación se le puede escapar de las manos a cualquiera. Sin embargo, el actuar con corrección no implica dejar de decir las cosas por su nombre. El respeto no debería traer camuflada a la hipocresía en los bolsillos de sus pantalones.
Queremos enfatizar que el hecho de que el señor Aníbal Torres ocupe un Ministerio en este Gobierno, no solo es una falta de sentido común: su presencia es una afrenta a todos los ciudadanos y un insulto a cualquier peruano. Escucharlo hacerse al indignado, cuando ofende diariamente al pueblo, supera al cinismo de Pedro Castillo pretendiendo leer en su mensaje a la Nación que conmina a que los prófugos de la justicia se entreguen. Como si los hechos no fueran lo suficientemente indignantes, creen que la sorna y el descaro deben ser pasados por agua tibia.
Ayer debió haber sido un día de fiesta, no de constantes humillaciones de nuestras autoridades hacia los ciudadanos que dicen gobernar. Si Aníbal Torres necesita desfogar su furia interna, quizás sería bueno recomendarle que lo haga con el Ministro de Cultura. Es muy probable que no tenga que preocuparse por él, ya que al parecer el señor Salas no se sonroja con la baja moral de la gente que tiene alrededor suyo, tendría una vocación extraordinaria de apoyo incondicional y mucha empatía hacia personas con problemas cognitivos o emocionales.
Un poco menos de desvergüenza, señores del Gobierno. No es bueno creer que actuar como inimputables garantiza el silencio de sus interlocutores.
Fuente de la foto: CanalN